Buenos samaritanos y samaritanas con nuestro planeta

Por Magdalena Vieyra*

En uno de sus sermones más hermosos, Martin Luther King Jr. se refirió a la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10.27-35): La primera pregunta que hizo el sacerdote y el levita fue: «Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar a mí?» Pero … el buen samaritano invirtió la pregunta: «Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué pasará con él?

Escribo estas líneas a muy pocos días de haber pasado la “Marcha del 24S” o 24 de septiembre donde muchas personas, especialmente jóvenes, de distintos partidos políticos, creencias y sectores sociales se manifestaron en el mundo entero y en Argentina con la consigna “No hay planeta B” reclamando acciones urgentes contra la crisis climática.

No es casual (¡y gracias a Dios!) que sean los y las jóvenes quienes hayan tomado consciencia de esta necesidad ya que son quienes más se verán perjudicados: un estudio recién publicado por la organización “Save the Children” indica que los niños y niñas nacidos en el año 2020  enfrentarán 7 veces más olas de calor que la generación de sus abuelos y abuelas. También vivirán en promedio 2.6 veces más sequías, 2.8 veces más inundaciones de ríos, casi tres veces más pérdidas de cosechas y el doble de incendios forestales que quienes nacieron hace 60 años. Las comunidades más empobrecidas de los países de ingresos bajos y medianos serán más afectadas, ya que corren un riesgo mucho mayor de contraer enfermedades transmitidas por el agua, el hambre y la desnutrición, y sus hogares suelen ser más vulnerables a las inundaciones, huracanes y otros fenómenos meteorológicos extremos.

Si observamos el impacto del calentamiento global poniendo el foco en las mujeres, las estadísticas sobre las próximas generaciones son todavía más angustiantes: en las crisis económicas desatadas como durante la pandemia (pero también cuando hay sequías y catástrofes climáticas)contamos con un menor nivel de ingresos para hacer frente a la escasez, corremos mayor probabilidad de perder nuestro empleo, de asumir una mayor carga de trabajo doméstico y de tareas de cuidado, y de padecer violencia.

¿Estas injusticias pueden ser ajenas a los hijos e hijas de Dios? No hemos llegado a este punto porque sí. Estamos inmersos e inmersas en un sistema de producción capitalista que ha hecho del extractivismo de los recursos naturales la base de su consolidación. El panorama está a su vez ligado a la concentración de la riqueza y especialmente el enorme poder de las empresas multinacionales que permanecen indiferentes o entorpecen cualquier intento de revertirlo. El correlato de la agresividad del sistema capitalista sobre nuestra Tierra es la agresividad del sistema de competencia económica dominado por lógicas machistas de dominación y apropiación, donde la concepción de cuidado no tiene lugar. Estas enormes desigualdades y avasallamiento sobre la naturaleza se sustentan, a su vez, sobre otras desigualdades de género, raciales, etc.

A pesar de que estos fenómenos pueden parecernos abrumadores o lejanos, como cristianos y cristianas podemos empezar por ser conscientes de que el avance destructivo de nuestro ambiente está profundamente ligado a las dinámicas sociales y de la economía, de las que participamos.

Cada día se levantan más y más voces proféticas como las ecofeministas advirtiéndonos sobre la necesidad de transformar nuestras prácticas para poner a los niños, las niñas, los pueblos indígenas y a las mujeres en el centro de la preocupación económica. Toda acción en el presente que favorezca la participación de las mujeres en las tomas de decisiones (¡hasta en nuestras iglesias!), las mejoras de los ingresos o de accesos a servicios educativos y sanitarios, contribuye a sociedades más igualitarias que ponen en cuestión las condiciones actuales de producción y distribución de la riqueza. Los movimientos ambientalistas, a su vez, cuestionan cada vez más la lógica del crecimiento económico indefinido, la idea de progreso como acumulación material así como el consumismo y la lógica del descarte. Como pueblo cristiano podemos escuchar estas voces, amplificarlas en nuestras comunidades, y acompañar a estos movimientos marchando con ellos.

No podemos depositar este reclamo solamente en los grandes lideres de la humanidad … ¿qué pasa con nosotros y nosotras? ¿Somos conscientes de que podemos contribuir sin querer a mayor destrucción de nuestra tierra o por el contrario colaborar con repararla con nuestras decisiones de consumo, producción e inversión? Comprendiendo las causas del calentamiento global, podemos empezar a combatirlo. Sus raíces son: las excesivas emisiones de dióxido de carbono en la actividad industrial, el uso de combustibles fósiles para la producción, el avance de la deforestación de bosques capaces de oxigenar el planeta, el uso indiscriminado de químicos nocivos en la agricultura intensiva y ganadería, y la gran cantidad de residuos generados a diario en todo el mundo.

Algunas de las transformaciones cotidianas que podemos hacer implican consumir de forma responsable evitando derroches, comprar productos de cooperativas y no de grandes corporaciones, optar por productos agroecológicos que reducen el impacto químico sobre la tierra, incorporar la perspectiva de triple impacto (social, ambiental y económico) a las decisiones de inversión y no solamente la ganancia económica, optar por energías renovables como la energía solar para nuestros hogares e iglesias, usar más la bicicleta más que el auto, reducir el descarte de envases contaminantes, promover la llamada la economía circular, etc. Esto puede ser en principio algo incómodo. Pero, así como en la parábola que Jesús contó sobre el Buen Samaritano, hoy también tenemos delante nuestro a un planeta asaltado y golpeado. Si no nos detenemos a ayudarlo, ¿qué va a pasar con él?

 

*Magdalena Vieyra. Licenciada en Administración y Psicóloga Social, con un Posgrado en Control y Gestión de Políticas Públicas. Tiene más de 10 años de experiencia en el diseño, implementación, evaluación y financiación de proyectos sociales. Trabajó en programas de educación y derechos humanos en distintos países de América Latina y proyectos de la cooperación internacional. Actualmente se desempeña como Responsable de las Relaciones interinstitucionales y de cooperación en CREAS. Es miembro de la Iglesia Anabautista Menonita de Buenos Aires (IAMBA) 

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